miércoles, 12 de noviembre de 2014

CRÓNICAS EN CLAVE DE NAFTALINA

A fines de 1970 la dirección del semanario “Paralelo 38” (que salía junto a la edición dominical de “La Nueva Provincia”) me envió a Neuquén con la misión de acceder a las desconocidas reducciones indígenas de esa provincia. 
Ya pasaron 44 años de aquel viaje a un territorio por entonces olvidado, aislado y marginado del país. 
Fueron casi 2.500 kilómetros para recorrer valles desolados y desiertos inhóspitos y para encontrarme con una realidad que tenía mucho de ciencia ficción. 
Porque muchos de los indígenas no sabían el nombre del país donde vivían, porque la civilización “del hombre blanco” no los había alcanzado. 
Y por esa realidad, que me impactó, titulé aquella crónica “Los olvidados del siglo XX”. Todo comenzó a mediados de septiembre de aquel año cuando comenzó mi…

VIAJE AL PAÍS DE CEFERINO

Tapa de "Paralelo 38"
--¿En qué país vivís?
--En éste. Aquí…
--Además de tu aldea, ¿qué otros lugares conocés?
--El río Collón Curá que está allá…
Así se inició el diálogo con María y Lidia Namuncurá, sobrinas nietas del “Lirio de Las Pampas”. Vivían en la reducción de “El Malleo” (Junín de los Andes) en plena cordillera y, las niñas, eran parte de una realidad insoslayable: el olvido de los gobiernos de turno. 
Lo que sigue, es una síntesis de aquella crónica que publicó el entrañable semanario “Paralelo 38” en septiembre de 1970…
Señalé que, aquel viaje, me permitió poder descubrir el mundo de los indígenas, haberme encontrado con personajes, haber soportado el frío andino y haber comido carne de chiva que me ofrecieron con afecto.

María y Lidia Namuncurá
En invierno, cuando desbordan los ríos, las famosas y desconocidas reducciones indígenas del Neuquén quedan aisladas. 
Y si no hay inundaciones, nieva. Los caminos de tierra se convierten en lodazales y no es fácil deambular por esos territorios.
Y para comprender la hecatombe del desierto neuquino es preciso recorrer los infinitos mundos incomunicados que pululan por la región y adentrarse en los médanos, en el viento, en las montañas, en los arbustos espinosos y achaparrados donde escarban las chivas flacas. Primera parada en la reducción de los indios araucanos denominada “La Rinconada”

Postales: Arreando ovejas – Denisia Quiaquil – Familia mapuche – Tomando chicha en el camino

Otro centenar y medio de kilómetros --en plena cordillera-- cobija la reducción de “El Malleo” y, cerca de Zapala, me encontré (en el paraje “China Muerta”) con la reducción de “Mallín Quemado”.
Lo cierto es que confinados en reservas, alejados de la civilización, marginados de las bondades de una sociedad de consumo, los indios son --apenas-- una curiosidad para turistas ávidos de exotismo.

Andrés Namuncurá
En “La Rinconada”, desparramados sobre un agreste valle, viven (es un decir) los descendientes de quienes hicieron la guerra al blanco (¿o viceversa?). 
Adentrarse en las reducciones es encontrarse con la cara de un país ignorado, con criadores de chivas y ovejas que no saben en qué siglo viven o quién es el presidente de la República. 
Con indios que aún sobrellevan su diluvio universal tras “la conquista del desierto” del general Roca. Pero, también, encontrarse con los descendientes de famosos caciques que sueñan con pasadas glorias de grandeza. 
¿De qué viven? La mayoría crían pequeños rebaños de ovejas y chivas. De ellas se alimentan y, con ellas, conviven. Cuando llega el invierno bajan hasta los valles ubicados en zonas más aptas para la vida. 

Con Rubeslina Tralaihue
Son nómades por obligación. No hay fuentes de trabajo y las escuelas son pocas y quedan lejos. 
La vida del indio es simple. Cuando aclara, a las 8 de la mañana, sale a ver sus rebaños. 
En la casa ya se está cocinando el asado con menudencias de chivos y ovejas que se fríen en las mismas chozas con grasa de animal que ellos mismos preparan.
Comen donde duermen. A oscuras. Saturados por el humo que produce la fritura. Después del almuerzo (muy frecuentemente la única comida) las mujeres comienzan a hilar y a tejer sus matras o ponchos. 
También se visitan unas a otras recorriendo, cuanto menos, una legua. Los hombres, mientras tanto, salen al campo hasta que el sol se acuesta detrás del horizonte.

Con Casimiro Millaqueo
A las 12 del mediodía los indiecitos recorren (a pie) algunos kilómetros para llegar a la escuela más cercana. 
Ahí están hasta las 5 de la tarde cuando retornan y juegan por los alrededores.
Los mayores por la noche --si no le dan al trago-- se duermen temprano. Sin dialogar. 
A la espera del próximo día. Una jornada que será exactamente igual a la anterior.
Los niveles de mortalidad son elevados por la falta de educación sanitaria. La mayor parte de los alumbramientos son asistidos por la comadrona de la reducción a quien todos respetan. 

Josefina Melo
Durante la travesía pude encontrarme con algunos notables. Por caso con Andrés Namuncurá (sobrino de Ceferino) y descendiente directo de la dinastía de “los piedra”.
A poco que uno indague es fácil detectar que, la comunidad indígena, sigue siendo una rigurosa sociedad patriarcal. Porque, la cabeza de la familia, ejerce una despótica tiranía sobre su propio clan.
A Rubeslina Tralaihue --29 años-- la encontré en pleno valle junto a sus dos chiquitos. Como casi todos los indígenas es de poco hablar y me sorprendió con una frase: “La única arma que tenemos contra los cristianos es el silencio”.  
Otro que me sorprendió fue Bernardo Namuncurá --39 años, casado, 6 hijos, sobrino de Ceferino-- cuando me dijo: “Es muy triste ser pobre cuando a uno lo corren de todos lados”
El viaje --de casi 2.500 kilómetros por cerros, valles, ripio y alta montaña-- llegó a su fin y algo me quedó claro: mientras la palabra Argentina no les signifique algo… los araucanos seguirán siendo los olvidados de este siglo. 

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