miércoles, 8 de marzo de 2017

LADRILLOS VIEJOS

Muchas de las casas viejas, que aún quedan en la ciudad, muestran la época de esplendor de las primeras décadas del siglo pasado. 
Algunas, incluso, tienen tanto valor que debieran ser consideradas patrimonio cultural. Sin embargo la mayoría de ellas hoy parecen cadáveres agonizando.
Y no son pocas las que desaparecieron de la faz de la tierra porque, la fiebre horizontal de los '60, trajo consigo una piqueta depredadora que arrasó con muchísimas construcciones antiguas.
Y vale la pena, entonces, recorrer barrios y villas descubriéndolas e imaginándonos sus épocas de esplendor. Porque, además, las casas viejas son como testigos de una historia que pasó. Por eso, en esta sección del blog, iremos mostrado las pocas que han quedado en pie…

MACROCENTRO: DE PALACETE A INQUILINATO
Bien se podría afirmar que, el desarrollo urbano en nuestra ciudad, comenzó a partir de las dos últimas décadas del siglo XIX. Es que la actividad agropecuaria de la zona, la importancia creciente del puerto y el aluvión de inmigrantes que eligieron esta ciudad, le otorgaron linaje de "puerta y puerto" del sur argentino. 
Y precisamente la inmigración generó la necesidad de crear espacios habitacionales, tanto para el afincamiento de familias, como también para las empresas que fueron radicándose.
Es el caso del edificio ubicado en Brown 450 que fue una de las tantas construcciones de aquel tiempo para cubrir las necesidades de albergue. 
Esta casona data de 1910 aunque, según sus planos de aprobación, es probable que una parte de la misma se hubiera comenzado a levantar previamente. 


En la fachada se ubican siete puertas (con accesos diferenciados), más tres locales comerciales. De todos estos ingresos, cuatro conducen directamente a la planta alta donde --sobre el frente-- se ubican los departamentos que ocupan el primer y segundo piso.
La quinta puerta se corresponde con la vivienda del propietario y, las dos restantes, conducen a la parte trasera de la propiedad donde se edificaron más de 50 oficinas o piezas de alquiler que se comunicaban mediante pasillos. Los baños y cocinas fueron ubicados casi al fondo de la construcción.
Habrá que decir que, la fachada, presenta características de la arquitectura francesa. Y que los portales de acceso, con arcos de medio punto, conservan aún sus herrerías originales. Su estado, hoy, es lamentable. 
Nadie se ocupó de esta magnífica e histórica construcción y no sería descabellado pensar que, más temprano que tarde, un negocio inmobiliario convocara a la piqueta que nada sabe de historia ni de tesoros arquitectónicos. 

Cuenta la historia…
Su propietario se llamó Bartolomé Sanguinetti --de ahí que la estructura fuera conocida como “Edificio Sanguinetti”-- que no sólo fue su constructor si no que, también, asumió el rol de proyectista de la obra. 
Y habrá que decir que colaboró con él, muy estrechamente, su hijo Esteban.
Sin duda un capítulo aparte merece la ornamentación de su frente con balcones volados, barandas de herrería, ventanas agrupadas de a pares --que se completan con marquetería de guirnaldas-- coronas y una más que generosa cornisa.
Precisamente el remate de la construcción queda definido con un techo a la mansarda, con lucarnas de medio punto y medallones que cobijan simples puertas de acceso a sus balconcitos apenas salientes.

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